Había
citado a Julita en el parque. Yo la esperaba sentado en un banco al lado de la
estatua de Venus. Ella llegó puntual y sonriente.
- Julita, tengo algo importante que decirte. –le
anuncié, nada mas sentarse junto a mí.
-
¿Ah, sí, de que se trata? -me preguntó, a la vez que se sonrojaba levemente.
- Estoy
enamorado -le respondí, mirando al infinito con aire soñador.
- ¿De quien estás enamorado? – inquirió con ojos
anhelantes y temblándole la voz.
- De mí.
- ¿De ti?
- Si, de mi, de mi mismo.
- ¡Oh, Dios! –exclamó ella, palideciendo- ¡Y yo que
pensaba que ibas a declararte!
- Y es una declaración. Una declaración de amor
propio.
- ¿Y desde cuando lo sabes? –preguntó con los ojos
humedecidos y a punto de echarse a llorar.
- Creo que desde siempre. Mis padres, mi tío Anselmo,
mi tía Purificación, el abuelo Narciso, y mi padrino Adolfo, decían
continuamente: este niño tiene mucho amor propio. Pero hasta hoy no me he sido
del todo consciente. –le confesé, mientras tomaba mi mano izquierda con la
derecha y la besaba tiernamente. Julita lloraba desconsolada.
- No llores, Julita, no llores. Yo a ti también te
quiero mucho. –la susurré al oído pasando el brazo por sus hombros- Así es que he pensado que podríamos
vivir muy felices los tres juntos. Tú ,
yo y mi amor propio.